Escribo este artículo hoy 4 de enero, justo cuando mi hija Amanda Patricia, cumple cinco años, de los cuales solo dos de ellos pudo disfrutarlos en Venezuela junto a primitos, tíos y abuelos, los otros tres, le han tocado en el exilio con su madre y conmigo lejos de sus seres queridos, con nosotros haciendo milagros cada año para armar una lista de al menos dos o tres personas de su edad, entre los hijos de amigos que hemos hecho afuera y que, en muchos casos, ni son conocidos por ella.
Comienzo relatando un pedacito de esta realidad tan dura, para matizar la opinión de quienes leyendo el título de este artículo puedan pensar que soy demasiado optimista, que no estoy claro de lo que estamos sufriendo todos en alguna medida o que estoy soñando despierto cuando hablo de esperanza, esa esperanza que el régimen ha intentado robarnos cada vez que separa a una familia, cada vez que endurece la crisis o cada vez que viola nuestros derechos.
Este 2019, por primera vez en 20 años de dictadura, estoy convencido de la frase “es ahora o nunca”, así, sin medias tintas. Estoy consciente de que muchos han escuchado esta frase decenas de veces, diciembre tras diciembre y que quizás ya haya perdido sentido para ustedes, estoy claro de que en ocasiones nos cuesta creer y ver que sí hay una luz al final del túnel.
En mi criterio, están todas las condiciones dadas para que en nuestra Venezuela se den uno de estos dos extremos: Recuperamos la libertad y nuestra democracia en los próximos meses, o estamos condenados a pasar décadas con la dictadura en el poder. Y digo dictadura y no Maduro porque podrían incluso, por estrategias internas, ellos mismos, cambiar el pitcher, pero el juego seguiría siendo el mismo: Dictadura. Una dictadura asesina, con vínculos con el terrorismo internacional, ligada cada vez de forma más clara al narcotráfico y con aliados en algunos de los países más peligrosos del mundo.
El año nuevo lo recibimos con la peor crisis económica de nuestra historia, con un “Gobierno” vestido de ilegitimidad en todos los rincones del mundo y con una oposición desgastada, pero con cuatro grandes cartas a su favor que debemos todos saber jugar: 1.- La Asamblea Nacional y la legitimidad con la que cuenta, 2.- El noble pueblo de Venezuela que ha demostrado por siglos que se levanta y se levanta hasta vencer, a pesar de cada frustración a la que han sido sometidos en muchas ocasiones, 3.- Los militares venezolanos determinados a rescatar la institucionalidad y la democracia y 4.- La comunidad internacional.
Si ponemos en armonía esos cuatro factores podemos hacer algo grande este año, si no, al menos de momento, pienso que lamentablemente perderemos varios años, con una diáspora creciendo como nunca lo había hecho ninguna otra nacionalidad en la región y con los venezolanos en una especie de resignación a la cubana buscándose la vida en cualquier otra latitud, tratando de asimilar que se “perdió la patria”.
Hago ahora referencia al primero de estos actores: La Asamblea Nacional, -que mañana mismo será presidida por Juan Guaidó, un amigo de años en quien confío plenamente-, y quien estará al frente de una institución que tiene que actuar. Y actuar significa a nuestro juicio, que la AN asuma la representación legítima del Estado venezolano ante la sociedad, sus instituciones y la comunidad internacional. Actuar utilizando la ilegitimidad de Maduro como el arma más poderosa para empujar un Gobierno de transición al riesgo que eso cueste. Si eso ocurre, el pueblo de Venezuela va a apoyar esa y cualquier acción de restitución de la democracia y si la comunidad internacional nos ve actuando por fin juntos en el país, va a intervenir. Es la única forma, y creo que casi todos la vemos clara, la fuerza de la Asamblea Nacional, la fuerza de la gente, la fuerza armada, porque en esta lucha deben incorporarse los militares, y la comunidad internacional actuando de forma cohesionada.
Ante este escenario me declaro optimista, sabemos lo duro que hemos jugado a nivel internacional, sabemos que nuestro pueblo va a responder y que articulados, políticos y no políticos, podremos salir de esto. Al final nos va a quedar también una cicatriz de esta etapa tan oscura que vivimos para que le enseñemos a nuestros hijos lo que se extraña y se lucha la libertad cuando no se tiene, pero tengan por seguro que cada cicatriz valdrá la pena y que cada esfuerzo rendirá sus frutos.
Que no nos quiten nunca, nunca la esperanza, de que podemos y vamos a recuperar y a cambiar nuestro país. Mantengamos viva esa llama que nos mueve, ese nacionalismo que nos hace sentir los colores de nuestra bandera sin importar donde estemos, que la esperanza nos empuje a luchar para que pronto podamos reencontrarnos y darnos todos los abrazos que nos hemos perdido en los últimos años, tengamos claro el objetivo, y visualicemos los aeropuertos repletos de venezolanos volviendo a su terruño, llenos de fe y con ganas de ayudar a salir adelante a la tierra que los vio nacer. ¡Es nuestra oportunidad y nuestro año, el año de la Esperanza!