Confieso que me sentó muy bien la noticia de ese pedacito de justicia que empezó a llegar por el sur del continente con la condena a Cristina Fernández de Kirchner, así como también llegó a Perú, apenas horas después, con la detención de quien intentó dar un golpe de Estado. Sin duda, es un respiro y una señal de que la justicia siempre alcanza a los delincuentes.
La vicepresidenta de Argentina ha sido condenada por haber defraudado a su nación, sólo en lo demostrado, por más de mil millones de dólares, definitiva o no la sentencia, aunque aún falten instancias por judicializar, esa es la gran verdad.
Lo hemos dicho al referir a Nicolás Maduro, y lo ratificamos hoy con estos casos de Argentina y Perú, la justicia tarda, pero finalmente llega, y en el caso de Cristina Fernández de Kirchner, el yugo de la justicia le está llegando muy de cerca.
Ella respondió, claro que respondió como era de esperarse, con evasivas, huyendo de sus propias culpas, lavándose el rostro y las manos, argumentando persecución y saña de la justicia y su oposición. El argumento al que dio más fuerza, y en el que insistió, era que no pensaba lanzarse a nada, pero es que ese no es el detalle, el detalle es que robó descaradamente, es que ella y su familia amasaron fortunas metiéndole la mano a la riqueza de ese país y a los bolsillos de los argentinos, a esos mismos que le quitaron la comida de la boca para ellos enriquecerse.
Fue una condena, a mi juicio muy sutil para lo que en realidad merece, pero condena al fin. La ex jefa de Estado recibió condena de seis años de cárcel y la inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos por haber participado, junto a su difunto marido, el expresidente Néstor Kirchner, en varios delitos, destacando la adjudicación de 51 obras públicas a varias firmas de su amigo, el empresario Lázaro Báez. Resulta que se demostró que esta empresa habría recibido 80% de todos los contratos públicos de construcción de carreteras en Santa Cruz, lugar de nacimiento de Kirchner.
La pareja logró amasar una fortuna producto de comisiones y sobreprecios. Al punto de que se habla de un fraude al Estado de mil millones de dólares. Así lo describe bien la fiscalía, mil millones de dólares.
Si bien, ver tras las rejas a Cristina, tal vez resultará improbable por lo establecido en el código penal argentino, con esta condena, se convirtió en la primera vicepresidenta en ser condenada por corrupción en el ejercicio de su cargo.
Y tal decisión la incluye en la lista, junto a sus otros aliados de la izquierda latinoamericana conocida como “marea rosa de la izquierda”, que han sido condenados por delitos de corrupción, entre ellos el presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y el exmandatario de Ecuador, Rafael Correa. Sin dejar de mencionar las acusaciones de corrupción que existen en contra del difunto Hugo Chávez y de Nicolás Maduro, y citando el famoso caso del maletín con 800.000 dólares, que iban destinados a la campaña de Cristina Fernández, y que fueron incautados en el aeropuerto de Buenos Aires al empresario venezolano-estadounidense Guido Antonini Wilson.
Lo triste de este episodio de Argentina, es que mientras Cristina goza de los beneficios y de dinero mal habido, y podría quedar impune, esta nación se enfrenta a un fin de año con 40% de su población viviendo en términos de pobreza, con ingresos, que en su mayoría, no le alcanza para llegar a final de mes. En medio de una crisis desatada por quienes dirigen ese país y allí, Cristina Fernández, está metida hasta el cuello. En este caso, la justicia tardará en llegar, pero llegará y Cristina será juzgada y condenada por lo que realmente es y los delitos que ha cometido. Ha sido condenada por robar y de eso, no hay duda alguna.