El único país en el cuál un aumento salarial representa un tormento para quien lo recibe, es Venezuela.
Un aumento salarial en la deteriorada economía que agobia hoy a los venezolanos representa el detonante para un alza de precios en escalada. En cualquier nación un incremento de salario llevaría por objetivo mejorar la capacidad adquisitiva del trabajador, pero en nuestro país esta capacidad se encuentra tan golpeada y diezmada que nunca alcanzará para satisfacer las demandas básicas de un grupo familiar. Al final del día los padres terminan debatiendo entre pagar la educación de sus hijos o alimentarse, entre comprar medicinas o vestimenta, entre pagar servicios o cancelar deudas.
Este sexto incremento en un año, definitivamente no es la solución ni el remedio para la hiperinflación, y eso Nicolás Maduro lo sabe, es un recurso para mantener sometida a la población, se trata de una medida populista, una estafa continuada, para controlar a los venezolanos, para mantenerlos callados siempre esperando una dádiva, una caja o bolsa de comida, un pernil, o cualquier otra promesa.
En una economía inflacionaria lo normal sería hablar de aumentos salariales, pero cuando estos son utilizados como método de control político, terminan haciendo un gran daño y agravando todo.
La realidad es que Venezuela está muriendo de hambre, y no está ni para medidas populistas ni para falsas promesas. El reclamo en la calle por esas cajas o ese pernil que nunca llegó se hizo sentir y demostró que el control se le fue de la mano a Nicolás.
Este descontrol quedó evidenciado en el caso de Alexandra Conopio, una joven embarazada de apenas 18 años quien, junto a otros cientos de compatriotas, llevaban horas esperando por un pernil, pero, en la desesperación y el reclamo por el hambre, un efectivo militar en nombre de su Comandante en Jefe, intentó a la fuerza tomar el control y en medio de ello le cegó la vida a ella y a su hijo no nacido.
Ese triste episodio que se vivió hace apenas unos días en nuestro país tiene que hacernos reflexionar a todos.
El régimen, en lo inmediato, debe reconocer, quiera o no, la crisis humanitaria que existe en el país, que tal reconocimiento debe conllevar a aceptar que se abran los canales humanitarios para el ingreso de medicinas y alimentos que permitan subsanar las necesidades más inmediatas de salud y nutrición.
También el régimen debe entender que la población no está para aumentos de miseria que, en vez de bienestar, lo que generan es angustia por el impacto inflacionario que este significa, que la gente está más que clara, que el único factor que haría aumentar las esperanzas, de bienestar y progreso para nuestro país es la salida de esta dictadura, es el fin de Nicolás Maduro.
Porque mientras Maduro no salga, no cambiará el ensombrecido panorama de un país cuya inflación ya supera el 1,300%, con un costo de la Canasta Básica Familiar superior a los Bs. 13 millones, sin disposición de dólares, con un paralelo que ya rebasó la barrera de los Bs. 100 mil, un país desnutrido y enfermo que grita ser declarado en emergencia humanitaria.
Por eso nuestro propósito se mantiene sólido para este 2018, año en el cuál decretamos la salida del dictador, una salida por la vía democrática y constitucional, con reales garantías electorales, con observación internacional imparcial y creíble, esas vías no están agotadas aún.
Seguiremos firmes en nuestro empeño, a pesar de la incredulidad de muchos y la desconfianza de otros. Creemos que sí lo lograremos, pero para ello debemos reunificarnos, sacudirnos los golpes y retomar el foco para seguir adelante.
A Venezuela no la recuperaremos cambiando un modelo económico, a nuestro país lo rescataremos, saliendo de esta dictadura cruel que ha aniquilado a miles de venezolanos en casi dos décadas de oscuridad. No perdamos la esperanza, que sí se puede recuperar el rumbo.