El 28 de agosto de 2016, en horas de la noche, el terror tocó la puerta de mi hogar. Encapuchados armados, esbirros del régimen, portando armas largas, martillos, mandarrias y todo tipo de herramientas para derribar cualquier puerta u obstáculo, todo para hallarme y capturarme, se apostaron en la puerta y, con un grito amenazante, expresaron “Si en 20 segundos no abren, derribaremos la puerta”. Rodearon el edificio en el que está mi apartamento en Maracaibo, sembraron el terror en todas las familias que allí residían, revisaron vehículos, pasillos, sometieron e interrogaron a mis vecinos para intentar hallarme.
Ingresaron a mi hogar armados y encapuchados, allí estaba mi esposa, acompañada de mis suegros, vaciaron gavetas, no hubo rincón que no revisaron ni desordenaron a su paso, y presenciando todo ese terror estaba Amanda Patricia, mi hija que para aquel entonces apenas tenía dos años. No entendía lo que pasaba, Amanda lloraba de miedo al ver a esos hombres encapuchados que gritaban el nombre de su papa y amenazaban a su mamá.
Esa noche fue el primer día en resistencia de esta lucha que inicié en los pasillos de mi Alma Mater, la Universidad del Zulia.
Fueron horas de soledad en medio de la clandestinidad, de conflictos personales, de dolor por toda la persecución y las amenazas en contra de mi familia, de duras decisiones, de trazar el plan para mantener la línea dura contra el régimen.
Sabía que entregarme en ese momento, cuando ya se había orquestado toda una campaña en mi contra, con expedientes montados, llenos de testimonios anónimos de presuntos paracos pretendiéndome involucrar en planes terroristas y magnicidas, no era una opción, porque entregarme al régimen podría significar mi muerte. Por ello tomé la decisión del exilio forzoso para hacer resistencia desde el exterior.
Permanecí en territorio venezolano y en clandestinidad durante 85 días, hasta que logré salir para contactar a las autoridades internacionales que me brindaron su amparo y con quienes estaré eternamente agradecido.
En esos 85 días tracé mi ruta de resistencia y a ese plan me he aferrado, más fortalecido que nunca en esta lucha que millones de venezolanos emprendimos en contra del régimen criminal de Nicolás Maduro Moros.
El 21 de noviembre de 2016, luego de meses de vida clandestina pero no de silencio, fue mi primera aparición pública. Ese día di a conocer la agenda que me llevaría a una incansable gira internacional por más de 20 países y organizaciones internacionales. Con un único discurso: evidenciar la realidad y el sufrimiento de los venezolanos, procurar ayuda humanitaria, abogar por los presos políticos y enlazar todos esos apoyos en función de lograr el fin de la dictadura.
Así estuvimos en El Vaticano, el Parlamento Europeo, la CIDH, en el Parlamento español y el italiano, concertando reuniones y encuentros con mandatarios y ex mandatarios de naciones demócratas, fueron días sin tregua y hoy -con orgullo y humildad- vemos los frutos, porque esa lucha internacional que emprendimos un grupo de venezolanos en el exilio, valió la pena y hoy lo vemos en el respaldo internacional de más de 60 naciones al Presidente Legítimo de Venezuela, Juan Guaidó.
Evidenciar la aguda crisis que atraviesa nuestro país y procurar que esta ayuda llegue a manos de nuestros hermanos más necesitados, es también una forma de resistencia. Porque estar en resistencia implica no desmayar en la labor de decir la verdad, de llamar las cosas por su nombre y acusar de dictador y asesino a quien por años se ha encargado de hundir, en el más oscuro foso, a nuestro amado país.
Intentaron doblegarnos y callarnos, nos amenazaron con proferirle dolor a lo más sagrado, nuestra familia, nos inventaron expedientes y acusaciones, acosaron a los nuestros, pero a pesar de todos esos intentos, aquí estamos, con nuestra voz que es la voz de nuestros hermanos, de los que emprendieron rumbo a otro país para sobrevivir, de los que fueron asesinados por este régimen, de los que están en las mazmorras solo por el hecho de pensar distinto y reclamar un país mejor, en nombre de esos padres que salen todos los días a rasgarse los bolsillos para intentar comprar alimentos y medicinas para sus hijos. Aquí está nuestra voz y no nos callaremos, ni nos callarán.
La misión no ha culminado, cuando logremos el cese de la usurpación de forma definitiva, ese día dejaremos de resistir y luchar en contra de esta dictadura para comenzar así la reconstrucción de nuestra Patria. Hasta entonces, seguiremos registrando los días, meses y años para saber cuán cerca estamos del final, ya van tres años en resistencia, ¡Seguimos!